La historia nos cuenta que las mujeres del Grove no se rinden facilmente, que son resistentes y capaces de pelear cada centímetro de su independencia económica y vital.
Acostumbradas a tener a sus hombres lejos, embarcados durante muchos meses, hace muchos años que compaginan el cuidado de la casa, con la crianza de sus hijos y el trabajo duro del mar. Además viendo en la tierra del descanso de turistas, han tenido que organizarse día a día para generar una supervivencia diferente, ya que la mayoría de las veces recaía en sus manos la necesidad de generar ingresos extra para llevar comida a sus casas.
Muchas sabe lo que se siente al tener que estar forzando su espalda durante muchas horas marisqueando berberechos o almejas, otras haciendo camas y labores de limpieza en los hoteles y casas residenciales de los turistas, o hacer infinitas horas en conservaras con trabajos muy duros. Durante años, la venta de pescado en la lonja, en el mercado y por las casa fue cosa de las mujeres; ellas esperaban a sus maridos en el puerto, ellas descargaban los barcos, caminaban descalzas cargando con cestas. Eran ellas las que cosían las redes, arreglaban la ropa de su familia, las que cocían y enlataban el pescado en las fábricas de conservas. En la Toja eran las que empaquetaban a mano los jabones de la Fábrica y las que servían en el hotel y el balneario a los turistas.
Miles de manos femeninas hicieron crecer las fábricas de salazón y conserva, la hostelería, y la economía de todo un pueblo. Esas mismas manos aun encontraban tiempo para recoger, clasificar, limpiar, agujerear y diseñar con miles de pequeñas conchas preciosas obras de artesanía que acabaran en manos de los turistas de la isla de La Toja.
Ser mujer en el Grove implicó ser fuerte, luchadora, resistente y trabajadora, dentro y fuera de sus casas, todo para aprovechar hasta la mínima oportunidad para ahorrar algún dinero. La economía familiar nunca ha dependido de los hombres, y eso ocasiona que las mujeres se acostumbrasen a tomar decisiones, tomarlas sin consultarlas con su pareja. Eligieron su camino a cada paso provocando su propio respeto. Son duras las mujeres de la costa, trabajaron duro sin ser nunca esclavas. Su fortaleza no es un mote, es un mérito conquistado con mucho esfuerzo y tesón.
Uno de esos trabajos, que aún hoy ocupa a unas pocas mujeres en el Grove es el de Artesanas de los collares, collareras.
La forma original en gallego del nombre es “colareira” que viene de procedencia latina de Colar que significa “Colo” cuello y el sufijo gallego -eira que significa oficio.
Estas mujeres llevan décadas ofreciendo a los turistas estas joyas fabricadas con conchas marinas de las playas del lugar. Venden joyas para mujeres fabricadas por mujeres. Un trabajo tan femenino que ni siquiera existe la terminología masculina del oficio.
Hasta donde se sabe, la presencia de los hombres en este oficio es anecdótica, en algunas ocasiones se sabe que participaban el alguno de los múltiples procesos de la selección y agujereado de las conchas.